Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío. Por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón el haberos ofendido. Propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas ocasiones de ofenderos, confesarme bien, y cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amen.
Oración Preparatoria para todos los días
Adorabilísimo Jesús Crucificado, Hijo de Dios vivo, que habéis venido del cielo a la tierra, y os habéis sacrificado, muriendo en una Cruz para salvarnos, yo os reconozco por mi verdadero Dios mi Padre, mi Salvador y mi Redentor, mi única esperanza en la vida y en la muerte, y mi única salvación posible en el tiempo y en la eternidad.
Me tengo por indigno, Señor y Dios mío, de presentarme ante vuestra Majestad por mi gran miseria y muchas culpas, pero ya me arrepiento de ellas, y confiado en vuestra grande Misericordia, acudo a Vos. Dios Todopoderoso y verdadero Señor de los Milagros, suplicando humildemente os dignéis hacer uso de vuestra omnipotencia, obrando milagros de misericordia en mi favor y en el de todos nosotros.
Aplacad Señor Misericordiosísimo vuestra justa indignación provocada por nuestros pecados, calmad las iras de la tierra, del mar, y de los elementos para que no seamos castigados con terremotos, tempestades, pestes, guerras, ni otras calamidades que de continuo nos amenazan.
Libradnos, Salvador nuestro amorosísimo, de todo mal y peligro en la vida y en la muerte, y obrad el mayor de vuestros milagros en favor nuestro, haciendo que os amemos y sirvamos de tal suerte en este mundo, que merezcamos veros y gozaros en el cielo, donde con el Padre y el Espíritu Santo vivís y reináis, Dios, Uno y Trino, en infinita gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
OCTAVO DÍA
Consideración sobre la Muerte de Jesucristo, Señor de los Milagros
Considera, alma mía, cómo el milagro de los milagros de Jesucristo fue Su muerte preciosísima. Nadie ni nada podía haberle quitado la vida, porque tenía potestad de dejarla y tomarla, es Él mismo, la vida y manantial de toda clase de vida, pero se ofreció a la muerte para que nosotros, sin menoscabo de la justicia eterna, pudiéramos vivir eternamente. Murió en efecto, por la fuerza de los dolores que padeció en la Cruz, y así sufrió desfallecimiento por la abundancia de sangre que de sus heridas derramaba. Como sus venas se vaciaban de sangre, comenzó a desnudarse Su Divino Rostro, y languideció Su Sagrado Cuerpo, hasta que, faltándole las fuerzas expiró… Las tinieblas se extendieron entonces sobre la Tierra, se rompieron las piedras, abriéndose los sepulcros de algunos muertos y el velo del templo se rasgó en dos partes. El centurión y los soldados, viendo los portentos de tan sangriento como sagrado espectáculo, exclamaron: «¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios…!» Y hasta la turba del pueblo, que había asistido a tan tremenda tragedia, se volvió a la ciudad hiriéndose los pechos en señal de dolor y sentimiento por la muerte del Señor Crucificado. ¡Oh Salvador del mundo! ¡No permitáis que sea yo más insensible que la tierra, más duro que los peñascos y más cruel que los verdugos que os sacrificaron! Haced en mí semejantes milagros, cubriendo mi alma de tristeza santa por mis pecados, conmoviendo mi corazón con sentimientos de dolor y de amor, y haciendo que yo no viva sino para Vos, que habéis muerto por mí, a fin de que llegue a gozaros en la gloria eterna. Amen.