Novena en sufragio de las Almas del Purgatorio

Día 2

MEDITACIÓN DIA SEGUNDO

Sobre la pena de sentido en general

Punto Primero. Ven, mortal. Tú que vives como si después de esta vida no te quedase nada que temer, ni que esperar. Ven, pene­tra con el espíritu en aquellos ho­rrendos calabozos donde la Justi­cia divina acrisola las almas de los que mueren con algún pecado ve­nial. Mira si fuera del infierno pueden darse penas mayores, ni aun semejantes a las que allí se padecen.

Considera todos los dolo­res que han sufrido los enfermos en todos los hospitales y lugares del mundo; ¿igualarían todos ellos a los dolores que padece un alma en el Purgatorio? No, dice San Agustín; pues éstos exceden a todo cuanto se puede sentir, ver o imaginar en este mundo.

Añadamos a todos estos males los suplicios y tormentos que la crueldad de los Nerones, Dioclecianos, Decios y demás perseguidores de la Iglesia inventó contra los cristianos, ¿igualarían al Purgatorio? Tampoco, dice San Anselmo, pues la menor pena de aquel lugar de expiación es más terrible que el mayor tormento que se pueda imaginar en este mundo.

Entonces, ¿Qué penas serán aquéllas? Son tales, dice San Cirilo de Jerusalén, que cualquiera de aquellas almas querría más ser atormen­tada hasta el día del juicio con cuantos dolores y penas han pade­cido los hombres desde Adán hasta la hora presente, que no estar un solo día en el Purgatorio sufriendo lo que allí se padece. Pues todos los tormentos y penas que se han sufrido en este mundo, compara­dos con los que sufre un alma en el Purgatorio, pueden tenerse por consuelo y alivio.

Punto Segundo. ¿Y quiénes son esas Almas tan horriblemen­te atormentadas en el Purgatorio? Este es un tema profundo para hacernos reflexionar. Son obra maestra de la mano del Omnipo­tente, y vivas imágenes de su divi­nidad; son amigas, hijas y esposas del Señor; ¡y no obs­tante, son severamente purificadas! Dios las amó desde toda la eternidad, las redimió con la sangre de sus venas, ahora las ama con un amor infinito, como que están en su gra­cia y amistad divina: ¡y no obstan­te sufren penas imponderables!

El Purgatorio. ¡Qué claramente nos manifiesta la justicia y santidad de Dios! ¡Cuánto horror debe inspirarnos al pecado! Porque si con tanto rigor trata Dios a sus almas amadas por faltas ligeras, ¿Cómo seremos tratados nosotros, pecadores; nosotros, que vivimos tantas veces abando­nados al arbitrio de las pasiones?

Si con el árbol verde hacen esto, ¿Qué harán con el seco? Si el hijo y heredero del cielo es castigado por faltas que a muchos parecen virtu­des, ¿Cómo seremos castigados nosotros, pe­cadores y enemigos de Dios, por nuestros vicios y pecados tan horrendos y abomi­nables? Pensémoslo bien, y enmendemos nuestras vidas.

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria