Novena en sufragio de las Almas del Purgatorio

Día 3

MEDITACIÓN DIA TERCERO

 Sobre el fuego del Purgatorio

Punto Primero. Considera, amado cristiano, el tormento que causa a las almas el fuego abrasa­dor del Purgatorio. Si el fuego de este mundo, creado para servicio del hombre, y efecto de la bondad divina, es ya el más terrible de to­dos los elementos; si es ya tal su virtud, que consume bosques, abrasa edificios, calcina mármoles durísimos, hace saltar piedras y murallas, derrite metales y ocasiona terribles estragos, ¿Qué será el fuego del Purga­torio, encendido por un Dios san­tísimo y justísimo, para con él de­mostrar el odio infinito que tiene al pecado?

Es tal, dice San Agustín, que el fuego de este mundo, comparado con él, no es más que pintado.

Ahora bien; si tener el dedo en la llama de una vela sería para nos­otros insoportable dolor, ¿Qué tor­mento será para aquellas almas sepultadas en un fuego que es, di­cen Santo Tomás y San Gregorio, igual en todo, menos en la dura­ción, al del infierno?

Sí, escuchémoslo bien almas tibias, y estremezcámonos: Con el mismo fuego se purifica el elegido y arde el con­denado; con la única diferencia, que aquél saldrá cuando haya satisfecho por sus culpas, y éste ar­derá allí eternamente. ¿Y continuamos nosotros en nuestra tibieza?

Punto Segundo. Consideremos cuáles son las faltas por las que Dios, infinitamente bueno y mise­ricordioso, castiga a sus amadísi­mas Esposas con tanto rigor, y veremos que son faltas leves, y a ve­ces un solo pecado venial. Qué mal tan grave debe ser éste de­lante de Dios, cuando es tan seve­ramente castigado en el Purga­torio!

En efecto; el pecado venial es leve, si se lo compara con el mor­tal, pero en sí es un mal mayor que la ruina de todos los imperios y que la destrucción del universo: es un mal tan espantoso, que excede en malicia a todas las desgracias y ca­lamidades del mundo: es un mal tan grande, que si cometiéndolo pudiésemos convertir a todos los pe­cadores, sacar a todos los conde­nados del infierno, librar a todas las almas del Purgatorio, aun en­tonces no deberíamos cometerlo, pues todos estos bienes no igualarían la malicia del pecado más leve: por­que aquellos son males de la cria­tura, y éste es un mal y una ofensa hecha al mismo Creador. ¿Podemos oír esto sin horrorizarnos y sin cambiar de conducta?

Pero ¿Qué es nuestra vida, sino una serie ininterrumpida de peca­dos? ¡Pecados cometidos con los ojos, con los oídos, con la lengua, con las manos, con todos los sen­tidos! !Cuántas culpas por la igno­rancia crasa y olvido voluntario de nuestras obligaciones! ¡Cuántas indiscreciones por la distracción de nuestro espíritu; por la violencia de nuestro ge­nio; por la temeridad de nuestros juicios; por la malicia de nuestras sospechas! ¡Cuántas faltas por no querer mortificarnos, ni sujetarnos a otro, por nuestra ligereza en el hablar!

Lloremos nuestra ceguera y a la claridad del fuego es­pantoso del Purgatorio, comprendamos por último qué gran mal es co­meter un pecado venial.

Si, es un mal tan grande; ¡y nosotros, lejos de llorarlo, lo cometemos sin escrúpulo a manera de juego, pasatiempo y diversión!

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.