Novena en sufragio de las Almas del Purgatorio

Día 6

MEDITACIÓN DIA SEXTO

 Paciencia y resignación de las benditas Almas del purgatorio

Punto Primero. -Es Verdad que las almas del Purgatorio padecen imponderables penas, y sin mérito: pero las padecen con una pacien­cia y resignación admirables. Co­nocen a Dios con luz perfectísima, lo aman con amor purísimo, y de­sean ardentísimamente poseerlo: pero al ver sus faltas, bendicen y adoran la mano justa y amorosa que las castiga.

¡Y con cuánta más resigna­ción que los hermanos de José, ex­claman: Merito haec patimur! Con mucha razón padecemos, Señor; pues cuando pecamos no temimos tu poder y tu justicia, frustra­mos los designios de tu amor y de tu sabiduría, despreciamos tu majestad y tu grandeza, y ofendimos tus perfecciones infinitas. Justo es que padezcamos.

Hombres sin conocimiento de la verdadera religión fueron agrade­cidos a sus bienhechores; Faraón hizo a José virrey de Egipto por­que le interpretó un sueño miste­rioso. Asuero elevó a Mardoqueo a los primeros empleos de Per­sia porque le descubrió una cons­piración; hasta los osos y los leo­nes y otras fieras salvajes agra­decidas defendieron a sus bienhechores; y nosotros, creados a tu imagen, redimidas con tu Sangre, honradas y exaltadas con tantos dones de la gracia, ingratos te aban­donamos en vida. Sí; purifícanos en este fuego; ¡por ásperas que sean nuestras penas, bendeciremos y ensalzaremos tu justicia y misericordia infinitas. “Justo eres, Señor, y son rectos todos tus juicios”.

Todavía más: es tanta la feal­dad del pecado, por leve que sea, que si Dios abriera a esas almas las puertas del cielo, no se atreve­rían a entrar en él, manchadas co­mo están; sino que suplicarían al Señor las dejara purificarse prime­ro en aquellas llamas. Igual que una joven escogida por esposa de un gran monarca si el día de las bodas apareciese una llaga horrible en su rostro, no se atrevería a presentarse en la Corte, y suplicaría al Rey que di­firiese las bodas hasta que estu­viera perfectamente curada.

¿Oh pecado, por leve que parez­cas, qué tan grave mal eres que las mismas almas preferirían los horrores del Purgatorio antes que en­trar en el cielo con la menor som­bra de tu mancha!

Punto Segundo. – Miremos ahora en nosotros si puede darse incoherencia mayor que la nuestra … Nos reconocemos merecedores de horri­bles penas por parte de la Justicia divina, debido a los enor­mes pecados que cometimos en la vida pa­sada, y debido a las innumerables fal­tas en que al presente caemos todos los días; reconocemos, además, que no basta confesarse, ya que la absolución borra sí la cul­pa, pero no quita toda la pena, y por esto sabemos que es preciso satisfacer a la Jus­ticia divina o en éste, o en el otro mundo; y sin embargo, jamás nos preocupamos por hacer penitencia.

Ahora podríamos expiar nuestras culpas fácilmente, y con gran mérito nuestro: una confesión bien hecha, una misa bien oída, un trabajo sufrido con paciencia, una ligera mortifica­ción, una limosna, una indulgencia, un Vía Crucis hecho con devoción, podría evitarnos espantosos supli­cios: y nosotros todo lo descuidamos, todo lo dejamos para la otra vida.

¿Acaso Hemos olvidado lo horribles que son y cuánto tiempo duran aquellos tormentos? ¿No sabemos que, según afirman cier­tos autores, fundados en revelacio­nes muy respetables, varias de aque­llas almas han estado siglos enteros en el Purgatorio, y otras estarán allí hasta el día del juicio final?

¡Qué gran insensatez la nuestra! Las Almas, dice San Cirilo de Jerusalén, querrían mejor sufrir hasta el fin del mundo todos los tormentos de esta vida, que pa­sar una sola hora en el Purgato­rio; y nosotros queremos más arder siglos enteros en el Purgatorio, que mor­tificarnos en esta vida un solo mo­mento. ¡Qué gran absurdo!

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.