Novena en sufragio de las Almas del Purgatorio

Día 7

MEDITACIÓN DIA SÉPTIMO

Descuido de los mortales en aliviar a las Almas del Purgatorio

Punto Primero. – ¡Pobres al­mas! ¡Están padeciendo tormentos y penas inexplicables: no pueden merecer, ni esperar alivio sino de los vivos; y éstos, nosotros, ingratos, no cuidamos de ellas! Tienen ellas en el mun­do tantos hermanos, parientes y amigos, y no hallan, como José, un Rubén piadoso que las saque de aquella profunda cisterna. Sus ti­nieblas son más dolorosas que la ce­guedad de Tobías, y no encuentran un Rafael que les dé la vista desea­da, para contemplar el rostro her­mosísimo de Dios. Se abrasan en más ardiente sed que el criado de Abraham, y no hallan una solícita Rebeca que se la alivie. Son infi­nitamente más desgraciadas que el caminante de Jericó y el paralítico del Evangelio. Pero no encuentran un samaritano u otra persona com­pasiva que las consuele.

¡Pobres almas! ¡Qué gran tormento es para ustedes este olvido de los mortales! ¡Podrían tan ­fácilmente aliviarlas y libertarlas del Purgatorio; bastaría una misa, una Comunión y un Vía Crucis, una in­dulgencia que aplicasen; y nadie se preocupa de ofrecerlas por ustedes!

¿Y quiénes son esos ingratos? ¡Son sus mismos parientes y amigos, sus mismos hijos!. Ellos se ali­mentan y recrean con los bienes o posibilidades que ustedes les dejaron, y ahora, como desconocidos, no se acuerdan ya de ustedes.

¡Pobres almas! Con mucha más razón que David pueden ustedes decir: si alguien que no hubiese nunca recibido ningún favor de mi parte, si un enemigo me tratara así por doloroso que me fuera, podría sopor­tarlo con paciencia: ¡pero tú, hijo mío, hermano, pariente, amigo, que me debes tantos benefi­cios; tú, hijo mío, por quien pasé tantos dolores y no­ches tan malas; tú, esposo; tú, es­posa mía, que tantas pruebas reci­biste de mi amor, siendo objeto de mis desvelos y blanco de mis ince­santes favores: que tú me trates así; que, descuidando los sufragios que tanto te encargué me dejes en este fuego, sin querer socorrerme! ¡Ésta sí que es una ingratitud y crueldad superior a todo lo que podemos pensar!

Punto Segundo.- ¡Pobres al­mas! Pero más pobres e infelices seremos nosotros, si no las socorre­mos. Acuérdate, nos gritan los difun­tos a nosotros, de cómo he sido yo juzgado: porque así mismo lo serás tú: A mí ayer; a ti hoy. Tú también serás del número de los difuntos, y tal vez muy pronto. Y por rico y po­deroso que seas, ¿Qué sacarás de este mundo? Lo que nosotros sacamos, y nada más: las obras. Si son buenas, ¡qué consuelo! Si ma­las, ¡qué desesperación! Como tú hayas hecho con nosotros, harán contigo.

¿Lo oyes? Si ahora eres duro e insensible con las benditas Almas del Purgatorio, duros e insensibles serán contigo los mortales, cuando tú hayas de­jado de existir. Y no es éste el pa­recer de un sabio; es el oráculo de la Sabiduría infinita, que nos dice en San Mateo: Con la misma medida con que midiereis, seréis medidos. Sí; del mismo modo que nos hu­biésemos portado con las almas de nuestros prójimos, se portarán los mortales también con nosotros. ¡Ay de aquel que no hubiese practicado misericordia, porque le espera, di­ce el apóstol Santiago, un juicio sin misericordia. ¿Y no tiemblas tú, insensible para con los difuntos? Si lleno de indignación, el Juez supremo arro­ja al infierno al que niega la limos­na a un pobre, que tal vez era ene­migo de Dios por el pecado, ¿con cuánta justicia y rigor condenará al que niegue a sus amadísimas esposas los sufragios de los bienes que les pertenecían?

Medita un poco lo dicho; encomienda a Dios las Animas de tu mayor obligación, y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conse­guir en esta novena.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.