La Cruz de Cristo y nuestras cruces

Por: Kitianna Mendoza de Chami. Directora de Formación del ANE

“Hijos Míos: quien Me traiciona encuentra un camino cómodo, pero con espinas; quien Me sigue transita un sendero difícil, pero extremadamente bello. El camino del traidor no es bello, sino tan sólo cómodo, las espinas que encuentra servirían para hacerle volver atrás, pero él se sirve de ellas para producir mayores desgarrones en su alma. En cambio, las dificultades del sendero que debe transitar el que Me sigue, adquieren con el tiempo, un valor positivo y lo que antes se creía imposible, para Mi discípulo resulta cosa fácil” (CM-92).

El Evangelio de San Lucas (13,24) nos narra cuando el Señor nos motiva a esforzarnos a entrar por la puerta estrecha: “Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque les digo, que muchos tratarán de entrar y no podrán”.

En el antiguo testamento nos muestran a un Dios justiciero y hasta un poco vengativo. Un Dios al que había que tenerle terror, ya que su ira era terrible y era hasta cierto punto, un Dios con el que “te convenía más estar con Él que en contra”, si no querías sentir su amenazante ira. Era un Dios temible, que castigaba y te mandaba al infierno.

Esta era en parte, la enseñanza del catecismo, por ejemplo. Esta fue, digamos, la primera tesis del amor y presencia de Dios en la vida diaria de los hombres. Esta idea del Dios castigador aún estuvo muy vigente hasta por los años 50/60’s del siglo 20. Después de eso, vino la antítesis, y los hombres empezaron a reaccionar contra ese tema. Contra esa figura del Dios castigador y justiciero. Ante eso, empezó la promoción del Dios que es todo amor y nada toma a consideración porque es muy bueno.

Digamos que sería como que entró en juego “la ley de péndulo”. Al principio estaba la idea del Dios malo, y después la del Dios que todo pasa por alto y todo permite, porque es “muy amoroso”.

Estos pensamientos, como podremos entender, son erróneos. Es decir: si la primera concepción o conceptualización de Dios era exagerada, la segunda también lo es.

Ahora ya llevamos décadas con la postura predominante de que todo es comprensión, misericordia y no pasa nada. “Dios entiende todo y perdona todo”. Con frecuencia se dirá: ¿Por qué sufres? Dios quiere que seas feliz, así que sé como quieres ser y desarróllate según tus posibilidades, total, ¡¿qué puede tener de malo?! No le haces mal a nadie… y así van los pensamientos de unos y otros, al punto que hoy en día, darle una nalgada a un niño porque se ha portado mal, puede ser catalogado como “abuso de menores”, “exceso de autoridad” ¡Cuántas veces mi madre me dio una buena nalgada y jamás pensé ni sentí que estuviera abusando de mí…! Más bien, le agradezco por su amor y dedicación a mi educación…

De modo que ambos pensamientos y posturas están equivocadas: Ni la tesis, ni la antítesis son absolutamente ciertas.

Como en todo, aquí también es necesario que busquemos el equilibrio. Y el Señor nos lo confirma cuando nos invita a entrar por la puerta estrecha. La Iglesia nos enseña que hay un paso previo al Cielo, que es el Purgatorio, pero que también existe el infierno (aunque hoy en día no se quiera creer en él). El conocimiento de que Dios es un Dios Misericordioso, no nos exonera de saber y comprender que también es un Dios que es la Verdad misma, y por lo tanto es un Dios que ama la justicia.

Si Dios es perfecto (por definición) no podría ser injusto, y la justicia quiere decir darle a cada uno (pagar a cada quien) según le corresponde. No podría darle el mismo destino eterno a una persona que hizo el bien toda su vida que a una persona que sólo hizo el mal, y ni siquiera se arrepintió de ello.

Recordemos siempre que Jesús es un Dios Justo y Misericordioso, y que la vida eterna es realmente eterna y decisiva, y se va a determinar en función de nuestras obras realizadas con, y por amor a los demás. Entonces, sí es un Dios Misericordioso, y sí Jesús ha lavado todo con Su Sangre derramada por nosotros, y por los méritos de Su Sangre Divina, es que tenemos la oportunidad de entrar al cielo nuevamente, pero esto dependerá en gran medida de las Obras de Misericordia que realicemos en el transcurso de nuestro caminar por esta tierra.

La Misericordia de Dios va unida a la verdad, y la verdad es justicia.  La Misericordia de Dios es lo que nos va a permitir entrar definitivamente al cielo, pero la justicia es la que examinará previamente nuestras obras.

Por lo que Jesús nos dará siempre Su Mano para levantarnos, pero igualmente, nos enseñará que no se deben de hacer ciertas cosas, y que, para estar de pie, se debe cambiar y tratar de ser mejor.

¡Ahí están la Misericordia y la Justicia! El amor que perdona y ayuda a levantarse, y la justicia que reprende con ternura y enseña a tratar de no caer más. Entonces, cuando caemos, Jesús nos alienta a levantarnos y tomar el camino que nos lleva a la puerta estrecha, ya que ésta es la que nos llevará al Cielo eterno.

¿Y qué significa esto? ¿cuáles son esas puertas estrechas? Esas puertas estrechas son las diferentes cruces que tenemos que cargar en nuestra vida. Algunas de ellas son las que, nos gusten o no, están ahí y tenemos que asumir. Por ejemplo: la muerte de un ser querido, una enfermedad, un accidente, la pérdida de un trabajo, etcétera.

Pero hay otras que podríamos llamar “evitables”, por ejemplo: la molestia que nos causa el realizar cierto trabajo que nos cuesta, el ir a socorrer o al menos visitar a la vecina anciana que se halla enferma, o complicarse la vida trabajando en el Apostolado en el cual a veces no se nos valora tanto, pero sabemos que nuestro servicio es de mucho bien para las personas a las cuales se atiende; o el sacrificio que se tenga que hacer al negarse algo que se gusta, por dárselo a alguien que lo necesita… y así podemos ir nombrando muchísimas cruces que nos cuestan, pero que podríamos llamar en teoría “evitables”. Evitables porque si no las realizáramos no le haríamos mal a nadie, ni tampoco estaríamos infringiendo o rompiendo alguna ley.

Pero la vida del cristiano no puede transcurrir así nomás, consistiendo en tartar de evitar el mal y punto. Estamos llamados a evitar el mal, pero también a hacer el mayor bien posible, de manera que cada día seamos mas sensibles a esta forma de vida, y pasando nuestra vida por un colador de buenas intenciones, nos demos cuenta de aquellas acciones que hemos dejado de realizar por pereza, por egoísmo o desinterés, cayendo así en lo que debe conocerse como “pecados de omisión”, que consisten en no hacer el bien que podíamos y debíamos hacer.

Jesús, en el Jueves Santo, nos enseñaba y daba ejemplo de amar y servir a los demás, tal como Él nos ha amado.

Asimismo, en otro momento el Señor pone de manifiesto, resaltando, la acción del Buen Samaritano que, sin importar su creencia, su lugar de origen y la rivalidad propia entre samaritanos y judíos, ayuda al hermano necesitado, a diferencia de aquellos que, teniendo la misma oportunidad de ayudar, pasan sin prestar atención siquiera a las heridas de un hombre que había sido asaltado, y aun obrando así, se seguían sintiendo santos y buenos ciudadanos, y pensaban que el no meterse en líos y no hacer mal a nadie era suficiente para salvarse, aunque dejaran pasar la oportunidad de ayudar y socorrer a alguien necesitado.

La puerta estrecha consiste en aprender a amar, y la cruz no tiene sentido si no va unida al gesto, a la palabra y a las manifestaciones concretas del verdadero amor.

La cruz es dolorosa, es difícil, y la puerta estrecha no tiene sentido si no es porque entendemos que lo que estamos haciendo, lo estamos haciendo por amor, y que hay alguien que se lo merece o lo necesita. Pero ésta se vuelve cruz más pesada, y puerta más estrecha, cuando aquella persona a la cuál se le socorre, para nuestro juicio, no lo merece…

El amor se hace “de ágape”, y la obra se asemeja mas al Corazón de Dios cuando actuamos, aun así, con amor y generosidad, los sacrificios que debamos hacer en beneficio de ese hermano. Estas cruces se aceptan cuando la persona se sabe cristiana y pone en el rostro del hermano, el Rostro de Dios. Cuando se hace, lo que se tenga que hacer de bien, por amor a Dios, aunque cueste, porque se entiende que “la puerta estrecha”, la cruz aceptada por y con amor nos llevará a estar más de cerca del Corazón de Jesús. Es entonces cuando la vida cobra y se llena de sentido; es decir, cuando se hacen las cosas con amor, de manera que todo lo que se haga, llena de felicidad a los demás.

Cuando uno hace las cosas “porque toca”, o “porque ni modos, es lo que debo de hacer” y estoicamente se realizan, cumpliendo la ley por la ley, sin ponerle amor a lo que se hace, la vida se torna vacía, sin sentido, sin felicidad, quizás hasta llegar a hacerse insoportable.

Sólo da sentido a la cruz el amor. Se decía en época de los Romanos, que la cruz era un absurdo, porque ellos veían en la cruz únicamente un tormento. Si no se encuentra esa motivación para cargarla; si no se dice “Señor es por Ti y por Tu Amor…” la cruz es un obstáculo para la felicidad, y se convierte en un instrumento de sacrificio absurdo y sin sentido. Pero si la ofrecemos por amor a Dios y a los hombres, nuestra vida estará llena de sentido y aún siendo humanamente pesada y desgastante, será una manera de pasar por esa puerta estrecha que brinda la identidad del ser cristiano y apóstol del Señor.

Es así, hermanos, como esas cruces serán la victoria de las almas comprometidas y amantes de Dios, y son las que darán sentido y valor a la vida del cristiano, que verá que, en su renuncia y dolor, transforma el mundo con amor, ya que es Jesús Quien sale al encuentro, como otro Cirineo para acompañar y ayudar al que las carga por amor a Él y a sus hermanos.

Pidamos al Señor que nos conceda el don de ofrecer todas las cruces, las evitables y las inevitables, y que las ofrezcamos por amor, no “porque toca cargarlas”, sino por amor a Él, que se Ha dado todo, por cada uno de nosotros.

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